viernes, 3 de octubre de 2014

Volver.

(Reseña de un relato sin hacer)

Un hombre exiliado que al volver a su lugar de nacimiento, después de 30 años, se da cuenta que el pueblo que habita en su memoria ha sido arrasado por el incesante Tiempo. Pero, una niña simpática que representa la nueva generación del pueblo, le hace entender la imposibilidad de un regreso y comprender que su viaje de vuelta no fue por el mismo camino por el que se marchó. Mientras ve condescendiente cómo Heidi se abraza con su abuelo, el hombre,  se da cuenta que lo viejo y lo nuevo puede convivir.

lunes, 1 de septiembre de 2014

¡AH, QUÉ RICO!


Siente algo raro cuando pasa bajo las sombra de los árboles y de los edificios. Algo así como lo que se siente al contemplar un gusano que penetra por el único orificio de carne de una esfera de hierro. Trenza su lengua y luego la muerde para que no se desate. Mientras camina por la acera, hacia su trabajo, rastrilla sus uñas contra la palma de sus manos. Pero cuando la sombra se acaba, y sigue un claro, con los ojos entreabiertos, como un par de puertas de salida, él deja entrar el resplandor del sol.

Percibe algo invisible. Lo sigue una fuerza que parece hecha de nada. Una figura muy parecida a él lo orbita en silencio, cuando las sombras lo empalidecen. Hay momentos en que sienten esperanza porque sus narices llegan a estar tan cerca que están a punto de chocar. En otras ocasiones, la presencia camina tras de él y mira sus talones que se alejan en la angustia del vacío. Pero cae en cuenta, y se apresura para alcanzarlo. Aún así en las sombras de los árboles o edificios, nunca llegan a unirse.

Pero esto es cuando ya la noche, que hay entre el límite de un claro de luz y otro, acaba. Es ahí, en ese amanecer efímero, cuando, después de caminar sobre y bajo la sombra de un árbol o edificio, aquél que lo acompaña mientras camina por acera hacia su trabajo, y él mismo, desaparecen súbitamente.

Cuando él mira el sol, los dos lo miran, porque son uno solo. Una cosa que viene en el rayo de luz, que no sabe qué es, los une. Dejan de huir el uno del otro y ¡ah! Qué rico se siente. Y algo cambia en ambos, o, algo se completa. Uno le brinda la boca y el otro las palabras. Uno le brinda el cuerpo al otro, y el otro, le brinda eso que hace que ya no contemple al gusano ni la carne que penetra en la esfera de hierro, contemplando así únicamente el sol. Haciendo que sus dientes liberen su lengua que se desenrolla haciendo girar sus alas. Que los estigmas que se abrió con las uñas, se sanen con las caricias de las yemas de sus dedos. Y siguen caminando por la acera. Y la gente que pasa alrededor y los miran, se contagian de la sonrisa que ondean. Suspiran y dicen: ¡ah qué rico!.


Pero, de nuevo, llegan las sombras. Y como si se cortara un hilo en tensión, se separan de nuevo. Pero el que trabaja y el que lo acompaña, a un paso de distancia, miran la copa de los árboles o las antenas de los edificios y ven allí el reflejo del sol. Y esperan, esperan a que un clarito en el camino los vuelva a unir, para decir, al unísono: ¡ah, qué rico!.

domingo, 3 de agosto de 2014

Mr. Lonely

"Aquí, en la nación rota, estamos cansados y llenos de moretones.
Fuimos dejados aquí solos sin nada.
Hemos sido abandonados. 
Somos como el vómito en la puerta de un bar de mala muerte.
Hemos sido relegados al fondo del barril.
Y todos nuestros sentidos de compresión y amor parecen haberse ido para siempre.
Para sobrevivir aquí, tenemos que convertirnos en animales y tenemos que olvidar todo sentido de civilización y de entendimiento.
¿Cómo es posible que una monja pueda volar?
¿Cómo es posible que caiga de un avión y aterrice ilesa?
¿Pero, quiénes somos nosotros para burlarnos de cosas así?
¿Quiénes somos para dudar de tales milagros?
No somos más que vagabundos en la cloaca, aquí en la nación rota.
Pero un poco de fe, puede llevarnos muy, muy lejos."


viernes, 1 de agosto de 2014

Incapacidad

Escucha los pesados pasos que se acercan. “Qué hago, qué hago, qué hago”, dice quitándose las cobijas de encima. Los pasos hacen rechinar las tablas del piso. Bajo éstas, las ratas corretean desesperadas buscando un escondite. “Llévenme” les dice. Y se lanza de la cama al suelo como puede. Cae con el rostro boca abajo. Rasguña las tablas y llora mordiéndose los labios. Le gustaría ser una rata. Y si no puede, al menos le gustaría que lo sacaran de allí sobre sus lomos grises.


Imagen sacada de este blog.



martes, 10 de junio de 2014

-Perdón por lo de anoche.

-No me pida perdón. Qué palabra más fea y comprometedora.

-Pero no estuvo bien lo que hice. Me siento mal.

-Tranquilo. No importa. Usted sabe que me puede traicionar cuando quiera.

lunes, 9 de junio de 2014

Cauchera

Yo nunca pude bajar a un pajarito. No por malo. Siempre me consideré certero. Más bien aprendí a imitar su canto y no a callarlo. Aún así mi amigo Ángel, que era el ducho de la cauchera, cada tanto me invitaba a almorzar azulejos al sartén. Y yo aceptaba. 

La cauchera estaba hecha con el guante de caucho roto que se usaba para lavar. Se trenzaba y se ataba a la lengua del zapato viejo con el que iba a la escuela años atrás. Esta lengua de cuero abrazaba a la piedra. Y se tensaba la goma. Con un ojo cerrado y otro abierto y el dedo gordo como mira, apuntaba y... lanzaba la piedra.

A mí, a diferencia de Ángel, me gustaba era lanzar las piedras al cielo y ver cómo se perdían a lo lejos. Como si fuera, me gusta pensar, un anhelo extraño: una piedra queriendo cambiar su destino, convirtiéndose en ave.

Luego me quedaba quieto y en silencio esperando la respuesta.

Al escuchar la piedra caer, rompiendo las hojas de los platanales como un meteorito, salía en su búsqueda.

Esa piedra desconocida y afortunada, como un pedasito de alma, que había elegido entre muchas otras, que hace un instante estaba volando y que caía en algún lugar al azar entre el monte, al reencontrarla, me producía una dicha maravillosa.

martes, 20 de mayo de 2014

Bep, bep, bep, beeeeeep


Lo desatornilló pensando que en aquél huequito iba a encontrar aceite para ensuciarse las uñas. Pero lo que se encontró fue el regaño de su madre.

El tornillo era de la máquina que mantenía con vida a su abuelo. Su abuelo estaba en coma y necesitaba de aquél aparato para respirar.

Su madre, al ver tal escena, agarró al inocente niño de los pelos y lo lanzó contra la puerta. Él sintió cómo volaba de un lado al otro de la habitación. Sin embargo, su vuelo se vio interrumpido por el golpe, y el dolor en su espalda que este le causó.

Se enojó con su madre porque siempre estaba pendiente del abuelo y no de él. Vio cómo ella con desesperación intentaba poner de nuevo el tornillo en su lugar.

Le dio risa, pero la calló mordiéndose los labios.

Recordó que su amigo Hugo lo esperaba afuera para jugar; quería contarle todo lo sucedido.

Se levantó y abrió la puerta. Mientras caminaba, se dio cuenta de que tenía una manchita negra de aceite en la punta de sus dedos. Se los metió en la boca con alegre curiosidad mientras escuchaba a su madre lamentarse y llorar.
         
El rítmico y monótono “bep, bep, bep”, que producía el monitor cardíaco de su abuelo, se había transformado en un molesto, agudo y continuo "beeeeeep".


Creía que a su madre le dolían los oídos.

Baby grace, por Ezequiel García.
http://www.creciendoenpublico.com.ar/content/obras.php
                             

lunes, 12 de mayo de 2014

La extinción del Bababuy

 Una de las cosas que más me entristecen tras parar y sentarme en la plaza, con la mirada sumida en las montañas, es que no escucho al Bababuy.

 El Bababuy, en las mañanas húmedas y frías cuando subía la montaña era mi compañero y quien aplacaba mis penas. Con su aleteo invisible apartaba las cortinas de neblina frente a mí y me guiaba por el camino destapado bordeado por las piedras y sus reinos en miniatura entre el musgo y el liquen que las cubren, los potreros y las vacas con sus terneros sedientos, los arbustos despelucados con los nidos de innumerables palitos en su interior, los árboles con la frescura del viento en sus copas y los capullos que esperan para florecer mientras los insectos trabajadores marchan. Luego, sin descanso, el Bababuy continuaba su tarea arrastrando las nubes con su pico invisible para descubrir el sol y los matices azules del cielo donde empezaban a volar con júbilo sus primos.

 Trabajaba para dar a luz al nuevo día. El nacimiento era sagrado porque todo esto se daba en armonioso silencio. Pareciera que no hubiera individuo allí que estuviera solo; todo era uno y uno era todo bajo la sombra invisible del Bababuy. Todos renacíamos con dignidad. 

Nunca vi al Bababuy, pues era un pájaro invisible. Mas no era imaginario, ya que siempre lo oí. Ahora quiero pensar que era la única ave que había logrado evolucionar, perdiendo toda corporeidad, a su forma esencial: el canto. 

Era sin duda el rey de la montaña. Y era esta condición de no haberlo visto nunca, ya sea por lo que dije anteriormente o por su modestia, timidez o miedo, más el desconocimiento mío, el que me daba la alegre libertad de subir su rango a dios de la montaña. 

Pero el Bababuy ya no está. ¿Será que al abandonarlo desapareció su canto? ¿Que no era evolución sino la lenta agonía, la extinción del Bababuy?

Miro las montañas y rasguño la madera del asiento con rabia. Y lloro, lloro mucho porque sé que si empiezo a subir la pendiente... moriré. 

Pero dígame ¿quién quiere vivir sin la compañía del Bababuy?

miércoles, 7 de mayo de 2014

El Pacto

Una noche antes de empezar a trabajar.... 

-El pacto, el pacto, el pacto- decía una y otra vez en mi mente como un eco que se perdía en las tinieblas del inconsciente mientras se diluía el sueño. Empapado en sudor y con las cobijas pegadas al cuerpo me desperté a esa hora en la que, según dicen, anda el diablo suelto de borrachera junto a sus amigas las brujas.

Me dije, sin quitar el peso en medio de las cejas que cerraban mis ojos: voy a anotar el sueño -el pacto, el pacto, el pacto-. Estaba en la cama de arriba del camarote; mi mochila, con el cuaderno y el lápiz en su interior, estaba colgada al respaldo, al alcance de la mano, pero la pereza me ganó; el yo somnoliento argumentaba, encaprichado, que con recordar esa palabra me acordaría del resto del sueño. Pero no. Como suele pasar, se equivocó: me hizo incumplir a mi yo despierto, quien buscaba algún tipo de placer cognitivo al encontrar algo de interés en dicho sueño. 

El pacto había sido el clímax del sueño, por así decirlo. Habían sido esas últimas palabras que rematan un buen cuento, que te deja suspendido y fascinado. Sin embargo, el resto, los detalles que me habían llevado hasta el instante de la escena onírica en que habíamos cruzado palabras con el demonio, se me olvidaron. Pero era eso, eso desconocido, lo que había dado un tremendo poder y valor a las palabras: el pacto.

Ahora, en la realidad tangible, me pregunto ¿qué es un pacto?
¿Qué es eso que entendía tan bien, con tanta profundidad y pureza significativa en el sueño?


Según la RAE, es: "Concierto o tratado entre dos o más partes que se comprometen a cumplir lo estipulado."


Entiendo que son dos personas, en este caso seres, o fantasmas, o almas, o lo que sea uno mientras está dormido, totalmente distintas y opuestas que se dan la mano para llevar acabo algo en común... ¿por el bien de ambos?.
El contacto de las manos es importante, así el uno crea que la del otro es repugnante, como en mi caso, que era una mano con piel de serpiente y llena de huecos por los que salían gusanos blancos que se deslizaban por entre sus sólidas y afiladas garras de hueso. Pero ¿Qué se estipuló en mi sueño? ¿Qué es lo que hay que llevar a cabo? No obstante, antes de llegar a esa respuesta, hay que saber que se necesita de un sacrificio para cumplirlo. Un pacto demanda sacrificios que son pequeños bienes que uno tiene y que se ofrecen para recibir un bien mayor.


Digo que mi sacrificio es el trabajo, solo por intuición y por ser práctico. Ya dije que se me olvidó qué se pactaba y para qué, y el trabajo es lo más representativo y cercano que tengo. El trabajo requiere de sacrificios temporales y espaciales: un horario, un sitio. Pero ¿trabajo para qué?. E ahí el caminito hacia mi objetivo, mi destino que requiere de un intermediario, un obstáculo, o viéndolo de manera más amable, un facilitador: el dinero.


¿Por qué ésta imagen del diablo o el demonio siempre adherida o relacionada a los pactos? 


¿Acaso todos esos pequeños bienes, estos sacrificios, son el gran bien del diablo? Él, ¿qué sacrifica? ¿sacrifica algo o es mero poder? ¿Nos sometemos a su dominio porque nosotros no lo poseemos -porque dios no ayuda- y él es el único medio que nos queda para "poder" lograr nuestro bien mayor? No sé. Y tal vez es algo que ningún mortal llegue ni deba saber. Mejor concentrarse en la parte que le toca cumplir a uno.

Siempre se habla de que un pacto con el diablo, tras la ventura y la prosperidad, trae la desgracia o la maldición ¿Por qué? ¿Sólo por que él es el diablo y representa los valores negativos, o mejor dicho, a los que más les tememos? O, ¿somos castigados por pretenciosos y avaros?
Si es así, en el pacto, que requiere de dos partes como mínimo ¿cuál es el equilibro que armoniza el poder, el que no deja que nos desmiembren la mano y que nos da la fuerza para resistir y cumplir con lo pactado?


No supe. Y pregunté.


-El amor - me respondió mi amiga. 


El amor, ese es su nombre propio. El amor en su estado más puro, enaltecido e indecible. Es el medio y el fin. El medio como un hilo invisible que nos guía hasta el fin: él.


Giuseppe Tartini - El Trino del Diablo



jueves, 24 de abril de 2014

En una cajita de madera

En una cajita de madera tengo guardado un secreto.
No lo conozco aún porque son las experiencias que no he vivido
y las que nunca viviré. 
En esa cajita cabe todo eso: todo lo que se le escapa a mis sentidos.
Allí están las cosas que habitan más allá de donde la vista llega,
atrás del límite de mi horizonte.

viernes, 18 de abril de 2014

Infancia, de J.M.Coetzee (fragmento)

Todas las camas de la casa están viejas y estropeadas, los muelles se hunden, crujen al menor movimiento. Él trata de quedarse tan quieto como puede, en la franja de luz de la ventana, consciente de su cuerpo acostado de lado, de sus puños apretados contra el pecho. En este silencio trata de imaginar su muerte. Se borra de todo: del colegio, de la casa, de su madre; trata de imaginarse los días siguiendo su curso sin él. Pero no puede. Siempre hay algo que se deja atrás, algo pequeño y negro, como una nuez, como una bellota que ha estado en el fuego, seca, cenicienta, dura, incapaz de crecer, pero que está allí. Puede imaginarse su propia muerte pero no puede imaginar su propia desaparición. Por más que lo intente, no puede aniquilar el último residuo de sí mismo.


lunes, 14 de abril de 2014

Semillas de luz

Recostado sobre una roca contempla el cielo y piensa en que alguna mano misteriosa fue la responsable de haber esparcido y sembrado las estrellas. Cree que sin ellas la humanidad ya hubiese perecido ante la hambruna espiritual. Levanta su dedo y empieza a unir los luceros con hilos imaginarios, como lo haría una araña. Encuentra infinidad de figuras. No sabe si alguien más en el mundo habrá visto las mismas, pero lo desea. Se detiene y recuerda que hay muchas de esas estrellas que ya murieron, pero que aún brillan. Que si una se apagara de repente, el hilo caería en el vacío y se mecería como un péndulo, a la espera de otra estrella para atarse. Sin darse cuenta está regando las estrellas con la transparencia y el fluir de su alma. 

jueves, 3 de abril de 2014

Vagabundos del Dharma (fragmento)

Después de todo, un hombre sin hogar tiene derecho a llorar, pues todas las cosas del mundo se levantan contra él. Kerouac


lunes, 3 de marzo de 2014

Fragmento de "Gente Independiente" de Halldór Laxness

-El tamaño no lo es todo, por cierto -dijo en voz alta a la perra, como si tuviera sospechas de que el animal abrigaba ideas demasiado elevadas-. Puedes creerme, la libertad es más importante que la altura de un cabrio. Yo tengo motivos para saberlo; la mía me costó dieciocho años de esclavitud. El hombre que vive de su propia tierra es un hombre independiente. Es su propio amo. Si logro mantener vivas mis ovejas durante el invierno y pagar todos los años lo convenido... entonces pago lo convenido y he mantenido vivas mis ovejas. No, es la libertad lo que todos buscamos, Titla. El que paga todo lo que necesita es un rey. El que mantiene vivas sus ovejas durante el invierno, vive en un palacio.


viernes, 28 de febrero de 2014

Deuda de nacimiento


No quiero caer en el discursillo de que el sistema es una mierda y todo ese boroló, y si parece, perdón. Simplemente quiero exponer mi caso –en ese estado en el que se pone uno después de la rabia y la impotencia: la resignación- como autoreflexión.

La llamada deuda pública por persona, que año a año aumenta en Colombia como en países que se hacen llamar democráticos, y que no ofrecen ninguna elección popular que legitime la libre actividad de los que habitan el territorio, dice que cada niño que nace está directa e involuntariamente introducido en el sistema, por una deuda.

Así mismo, del otro lado, están los entes privados o públicos, ya sean otros países o empresas, que prestan la plata. Que solidariamente aceptan el papayaso. Los niños afortunados de estos países o empresarios, que al menos tienen la garantía de no nacer endeudados, tampoco tienen la culpa de nacer donde nacieron.

De un lado como del otro, los niños son inocentes. Así que, tal vez, el problema se adquiere cuando se empieza a crecer. Comenzamos a untarnos de la melaza de donde nacimos: la familia, sociedad, cultura, religión y todo eso de lo que nos dicen que estamos formados. O, ¿Será genuina nuestra tendencia al endeudamiento?  No sé.

De hecho no sé a ciencia cierta nada de lo anterior. Pero si llegara a ser verdad,  creo que es injusto con nosotros, los que nacemos en países como Colombia.

El niño no tiene derecho a ser ingenuo, al igual que el adulto no lo tiene a quejarse; eso se castiga. Ya que tiene que dejar de ser bobo y agarrar peso en esas huevas y pagar la deuda. ¿Pero se cumple ese no-derecho? ¿Cómo privar algo que es natural en nosotros? ¿No se manifestará aunque lo neguemos?   ¿Cómo pagar la deuda si se nace sin plata? ¿La solución es pedirle a los de allá que sí nacen con plata? Esa parece ser la salida ingenua, la boba.

Entonces, papá, la salida es estudiar para tener un trabajo y poder pagar. Eso si es que puede estudiar sin trabajar o trabajar sin estudiar. Es así como se entra a la escuela y de esta se pasa al colegio.  Y es ahí, en el último año, cuando se ilusiona de que por fin va a poder hacer lo que le gusta. Mentira. Es ahí cuando le llega la cita para presentarse al ejército.

Lo meten en un galpón durante todo un día como ganado y le tocan las pelotas para saber si su carne es apta o no para ir al matadero. Se cagan del susto. Los separan por grupos. Están los hijos únicos, los que tiene a cargo a alguien, los que se quieren regalar, los que no, los ausentes, los que tienen alguna discapacidad física o psicológica (que esa no importa porque se puede arreglar con un mes de entrenamiento), los que van a entrar a la universidad  (ya que los que van a entrar a otro tipo de institutos no valen); y los que se van de curas. Entre todos estos están los que tienen plata para pagarle al general el favorsito. A los que les tocó los sacan por la puerta de atrás, no hay sea que la viejas esas de sus mamas se pongan a hacer escándalo.

El problema es que el ejército no es un trabajo, es otra deuda involuntaria.

Cuando la pagas, de un modo u otro, por fin vas a poder ir a la universidad. Estudiar lo que te gusta. Y pagar de una buena vez por todas; si es que el hombre no clava, y la mujer se deja clavar, otra deuda.

En países como Colombia, la universidad  tiene una gran falencia. No es gratuita, no es para todos. Hay que presentar un examen para ingresar a los pocos cupos que ofrecen. Sea la carrera que sea. Desde la que más da plata, como Administración pública, Contaduría, Ingeniería o Derecho; a las más nobles como la Medicina;  hasta las más inútiles como Literatura o Artes plásticas.

Es así como aparece la responsabilidad y solidaridad de las universidades privadas. Esas que le dan la mano y se llevan al bruto que no pudo entrar a la universidad pública pero que tiene algo de platica. Al final eso es lo que importa.

¿Pero qué pasa con los brutos que no ingresaron a la pública y que tampoco tienen plata para pagar la privada; y que aún tienen el deseo de pagar sus deudas?

En países en vía de desarrollo como Colombia se inventaron la solución: el crédito educativo. -¿En realidad se lo inventaron?- El estado que quiere que su pueblo estudie y deje de ser bruto le presta la platica, como debe ser. Pero para que estudie en la privada, ya que no hay cupo en la pública. Así que usted se pone feliz: “¡Juepúta, entré a la universidad! Ahora sí voy a ser alguien”.

Le prestan lo del semestre, cada mes le suben los intereses como locos ya que no tiene para pagar a tiempo. Si logra, después, acabar la carrera y deja de ser bruto, el país como es tan bueno, le da un año de gracia en el que no le cobra la mensualidad y, además, le da el doble de tiempo de lo que duró la carrera para pagar la deuda. ¿10, 12 años?

Mierda, pero no consiguió trabajo. Es que con una carrera universitaria, con tanta competencia y regalados, no alcanza. Hay que hacer una especialización. Pero no tiene la plata. Tranquilo, no importa, puede pedir otro crédito al estado. ¿4, 6 años?

Así crece y trabaja para pagar una deuda interminable. Tiene una familia, tal vez dos, eso si tiene suerte, y no se pega un tiro antes.


Ya no sabe de quién es esta historia, si la de sus padres, la suya o la de sus hijos.

lunes, 3 de febrero de 2014

...

­­De niño mientras caminaba me concentraba en no pisar las líneas del suelo. Ahora de joven lo sigo haciendo, pero me pregunto, sin respuesta alguna, ¿por qué lo hago? 

Tal vez de eso se trate ser niño, y joven.

 ¿El adulto tendrá la respuesta?

domingo, 26 de enero de 2014

Las distancia entre mis ojos y nuca

Las palabras cotidianas se van gastando, como si cada vez que se pronunciaran fuera un machetazo que acorta la profundidad de su significado, quedando como cascarones vacíos.
Cada día en el trabajo mi “buenos días ¿qué desea?”  -como genio de la panadería- se llena de significado por el cliente, no por mí.
Es así como me gano el mérito de cordial y bien educado; facultades con las cuales, el que se siente elogiado, pierde… por eso, porque viene de la nada. Pero se aceptan como representación solo para ahorrarse problemas estúpidos.

Andar en aquella vacuidad pincela las ojeras; la distancia entre mis ojos y nuca es como ir de lo eterno a lo infinito: tanto camina mi ser con manos en los bolsillos que reza entre susurros, sin parar: “un paso más, un paso más, un paso más…” que se aleja y da la espalda –mientras sonreímos falsamente al cliente- queriendo salir por la puerta trasera; y el ser de nuestras necesidades materiales y el de las espirituales se disocian, dejando al primero automatizado, como robot. Es esta la clave, dicen, de poder aguantar el trabajo que no elegiste por gusto.

Pero mi dolor en los pies no los siente una máquina.

Y ese nuevo paso que se da pisa las incipientes estalagmitas que se clavan en mis talones y crecen como gemelas hasta rasgar todo mi cuerpo y salir impávidas por mi cráneo, hasta dejarme cuernos, cual presa: es ese el dolor que aún me mantiene como unidad. Y esos cuernos mi arma.

lunes, 13 de enero de 2014

ANÁBASIS


Siempre fui partidario de aquellos que aconsejan que uno tiene que viajar por lo menos una vez en su vida. Lanzarse a lo desconocido; tener un plan y que cada paso que se dé, cada pueblo, ciudad, lugar que se pise, lo tache y lo reescriba espontanea y continuamente. Que la ruta hacia nuestro destino sea impredecible. Un viaje es aventura, no turismo; debe ser la ascensión hacia nosotros mismos;  el desafío es aprender a descifrar el rompecabezas (la vida) con tan solo mirar una ficha suelta (el viaje). Es así como entiendo que en un viaje se comprime la trama de la vida.

Mi viaje de ida fue con mi amigo Rigby que me había invitado a pasar las fiestas de navidad y año nuevo con su familia en Corrientes; habíamos viajado desde Córdoba haciendo dedo (autostop) con todas las experiencias –siempre nuevas- que conlleva un viaje que en este caso deben ser contadas en otro momento, tal vez escrito, tal vez en una cabaña siendo viejos y borrachos, tal vez nunca dejemos de contarlas, tal vez se los coma el olvido, no sé. Pero ahora solo contaré la vuelta, la hazaña del regreso que hice solo, sin compañía de mi querido amigo.

Un par de días antes de irme (jueves) le había dicho a Rigby que era increíble cómo la cabeza de uno, sin ayuda, empezaba a trabajar y organizar todo cuando decidía llevar a cabo una acción. Como si un histérico gnomo dentro de nosotros empezara a acomodar desde lo más accesorio a lo más elemental basándose en los posibles y recibiendo sueldo de la empresa de las expectativas…

La entrega fue la siguiente, así eran mis planes: Preparar unas lentejas (que es el gran alimento de los viajeros, según nosotros) y no gastar dinero en comida por el camino; en las rutas cabe la posibilidad de que quedes varado en pleno desierto y  no encuentres nada de comer: mejor llevar y prevenirse el alimento que es lo más importante ya que nuestros cuerpos jóvenes –pensaba- son capaces de resistir sin dormir una noche y poder continuar, como ya ha sucedido en otras ocasiones, pero sin comida resulta imposible.
Me levantaría a las 5am y tomaría un colectivo hasta Resistencia  pasando el puente que atraviesa el Paraná: “la serpiente sin ojos” del litoral argentino, y tomar un colectivo en la terminal que me llevaría al primer pueblo afuera de la ciudad  por la Ruta Nacional 11, y ahí empezaría a hacer dedo hasta llegar a la ciudad de Santa Fe a 544, 3 km que vendría a ser un poco más de la mitad del trayecto. Mi gnomo interior había calculado que a la noche estaría llegando a Santa Fe (como había sucedido en la ida) y que me tocaría pagar un hostel o lugar económico para pasar la noche y continuar, a la mañana siguiente, el camino hacía Córdoba que estaba a 339,0 km yendo por la por la Ruta Nacional 19.  A todas estas, la noche anterior había mirado el pronóstico del tiempo y decía que iba a ser un buen día, con temperaturas más bajas que las que venía habiendo (30°C a 40°C), y la probabilidad de lluvias era baja.

Pero como dije al principio un viaje es como la vida: impredecible. Puedes prevenirte algunas cosas ya que puede ser un instinto natural de supervivencia, pero este, sin la condescendencia y aceptación de lo que vendrá, el capricho, puede llevarte a una profunda frustración.  Y eso fue lo que me pasó.

Todo venía según los planes: las lentejas estaban listas, me había despertado a la 5am y ya íbamos de camino a tomar el colectivo a Resistencia cuando las nubes densas y grises casi negras, empezaron a flanquear Corrientes y el viento a cachetearnos bruscamente hasta que la lluvia se desató. Tuvimos que escampar en una estación de servicio que estaba fuera de funcionamiento ¿Pueden imaginar dónde quedaron mis expectativas a tan solo unas cuadras de emprender el viaje? Pues si no estaba tocando el fondo de la nada la estaba explorando, como le gusta hacer a Rigby en los días tristes. Mi amigo me había acompañado a tomar el colectivo y ante mi aura de declive y decepción le había tocado silenciarse y alejarse de mí que estaba mirando la lluvia incesante. ¡No podía ser que todo empezara tan mal! Parecía el inicio más fracasado y el final más prematuro, como el aborto. 

Así que empecé a rezar como hacía Kerouac. Empecé a pedir al mundo que dejara de llover, que cesara un poco, que me ayudara… y ante esta muestra de humildad hacia el universo, Dios mutado en el  rugido de mi amigo que me llamaba, me decía que venía el colectivo, que era posible a pesar de que no todo salía como esperaba… que resistiera y me sumergiera y siguiera andando con fuerza, y nos despedimos rápidamente…

En el colectivo, pasando el puente, no se veía nada alrededor. Todo estaba gris y escondido ante las innumerables gotas que caía y hacía inhalar allá abajo a la serpiente, al Paraná.

Al llegar a Resistencia tomé un urbano que me llevó hasta la terminal. Allí pregunté y me dijeron que el próximo colectivo hasta el siguiente pueblo salía dentro de dos horas y que valía 30 pesos, así que decidí caminar, totalmente resignado, a la RN 11 que estaba aproximadamente a seis cuadras. Empecé a hacer dedo bajo la lluvia y luego fui hasta un puente peatonal en el que había un lomo de burro (policía acostado) pues allí los vehículos tenían que frenar y había más posibilidad de que me vieran y me levantaran. Era un buen lugar. Estaba totalmente empapado, no había lugar que se le escapara al agua, el puente no me podía proteger pues el viento era tan fuerte que la lluvia “caía” horizontalmente.

Ya eran las 10 am cuando mi cabeza empezó a cambiar de planes. El gnomo quería volver y desempacar. Mis expectativas ahora eran esperar hasta las 12 pm, y que, si no me habían levantado, comiera y me quedara vagando por la ciudad y regresara a donde mi amigo con el rabo entre las patas e intentar reanudar al otros día con un mejor clima.

Temblaba como loco, me dolía el brazo de mantenerlo elevado. Me sentía como los perritos que estaban ahí corriendo por la mitad de la ruta, mojado y desorientado, sin saber para dónde agarrar y con el peligro constante de ser atropellado. Pero como me había dicho una chica, amiga de Rigby: “Tú usas la risa como método de defensa”. Eso empecé a hacer, dejé mi yo trágico y me empecé a volver un mexicano cómico. Hablaba solo, o con los rostros de los que pasaban... “Dele compadre, levánteme ¡Mire que yo no he hecho nada malo! Comadre, usted con esa cara tan bonita… recoja a este pobre hombre mojado… ¡ay compadre! ¿No ve que estoy muy solito?”  Y me reía solo, saltaba, saludaba y daba las gracias desde el que me decía con sus señas que iba hasta la siguiente curva hasta el que tenía la cara más sería y amarga. Jugaba en los charcos con los perritos para calentarme los huesos, para defenderme del mundo. Así el mexicano cómico que me poseyó me salvó por una hora más hasta que se marchó cansado. Y cuando estuve solo otra vez pasó una camioneta en sentido contrario y me dijo que nadie me iba a recoger, y en ese momento le creí ¿Quién iba a querer mojar el sillar de su auto por recoger a un desconocido en la ruta? y volvió el trágico, pero en el momento en que mi rostro volvía a mirar las gotas que caían en los charcos, levanté la mano y paró un auto blanco ¡No podía creerlo! ¡Tan cerca de mi retirada!

En el auto venía Eduardo, su esposa y sus dos hijitos. Le dije que no quería mojar el asiento pero no le importó. Me brindaron mate caliente y subieron la calefacción al verme como un pollo temblequeando, cosa que les agradezco muchísmo. Vivían en Resistencia pero iban para su pueblo que estaba a 150 km. Yo esperaba agarrar uno que me llevara directo a Santa Fe pero había que bajar las expectativas, y no podía desaprovechar este milagro, que ahora que me doy cuenta fue el impulso para un viaje totalmente exitoso, mejor que el que esperaba. Ahora se me hace muy difícil acordarme de todo lo que hablamos: política, historia, economía, comida, etc. Pero recuerdo que me dijo que no iba a parar de llover, que él conocía muy bien su tierra.

Nos despedimos y me dejaron en la estación de servicio donde entré al baño. Salí a buscar un lugar dónde sentarme y poder comer mis lentejas y cuando salí, al instante, vi que había una grúa que estaba por salir así que me acerqué a la ventana del chofer que era un hombre de aproximadamente treinta o treinta y cinco años con barba de roquero y le pregunté que si iba a Santa Fe, que si me podía hacer el favor de acercarme, y me respondió que sí. No podía creerlo. Parecía que iba a cumplir mi meta de llegar a la noche a Santa fe. Me subí y él estaba por comerse un lomito, me preguntó si ya había comido y le dije que no pero que lo acompañaba con mis lentejas.

Mientras íbamos comiendo (él comía y manejaba al mismo tiempo) le pregunté para dónde iba, y adivinen lo que me respondió… ¡Para CÓRDOBA! Casi escupo la comida de la alegría que me dio. No lo podía creer. Iba para Oncativo, su pueblo que estaba a 70 km de la ciudad ¡SETENTA KILÓMETROS! Le dije que genial, que si me podía llevar, que si no le molestaba… sonrió ante mi alegría y me dijo: “claro, sí”. Fue un trayecto largo, paramos en varias estaciones de servicio donde entré al baño con la única intención de orinar y mirarme al espejo y decir “¡Así me gusta verlo! ¡Sonriente! ¡Con suerte!” Siempre me consideré un tipo con  suerte, pero últimamente en la cabeza se me estaba metiendo un pensamiento pesimista que me decía que la suerte se agotaba con los años, pero ahora comprobaba que aún no, que si era así aún me quedaba una gran reserva.  Cargamos agua para el mate que fui cebando mientras hablábamos y hablábamos nuevamente de todos los temas posibles. Yo abandoné la universidad académica por esto: ¡Por la famosa universidad de la vida!

Veníamos hablando y haciendo intercambios culturales, históricos, gastronómicos y políticos de nuestros respectivos países. Le dije que en navidad comíamos tamales y ajiaco. Que la gente de la costa era gente muy alegre, podían no tener qué comer pero que siempre tenían el equipo de sonido a todo volumen. Que yo era de los andes y a diferencia de la mayoría del país ahí no hacía calor, y nos decían que vivíamos en la nevera del país.  Le expliqué cómo andaba Colombia con todo esto de los tratados de libre comercio que nos estaban volviendo un país consumista, que en la finca de mi papá las guayabas se pudrían bajo el árbol mientras había gente muriéndose de hambre porque le salía más caro ir a vender un guacal que lo que le pagaban por él. Que nos estaban haciendo lo que habían hecho los colonos engañando a los pueblos originarios con espejos. Que el anterior presidente, ése que fue reelecto, fue nefasto, le conté lo de los falsos positivos, las listas negras, que Pablo Escobar no fue ningún Guevara…
 Y Mauricio (así se llamaba) me dijo que era similar a la Argentina de Menen cuando fue reelegido y había privatizado todas las empresas nacionales; que había durado solo seis años la prosperidad, que tenían el peso con el mismo valor que el dólar y que todos viajaban a Europa tranquilamente, pero que luego llegó la crisis como es normal ante una solución superficial y efímera. Que su primer gobierno había sido bueno como el de Kishner, que si no hubieran sido reelectos (contando a Cristina como la misma idea: el Kishnerismo) habrían sido ahora más grandes y venerados. Mire esto tan bonito que me dijo: “la política es como el ciclo del agua, si no fluye o se evapora o cambia o se renueva, se estanca y se pudre”. Una enfermedad que él no entendía. Que por eso no estaba de acuerdo con el gobierno actual. Llegamos a la conclusión mutua y totalmente imparcial de que ningún gobierno, ninguna idea, puede perpetuarse por más de un periodo en el poder, y que todo gobierno es bueno si fluye y se va cuando acaba su labor y no se queda estancado y pudriendo el país.

Seguimos andando horas y horas, kilómetros y kilómetros. El día había abierto y se había vuelto radiante, soleado, con un viento suave y fresco que acariciando los campos llenos de vacas, molinos de viento, contenedores de cereales, máquinas enormes arando…Cantamos canciones de Los Fabulosos Cadilacs, Juanes, Fito Paez, Carlos Vives, abandonando toda vanidad y disfrutando la ruta mientras el sol se iba escondiendo al final de esta. El espectáculo de colores que se vive en un atardecer de verano es indescriptible. Los grupos de aves atravesaban el horizonte de lado a lado y yo solo pensaba en lo hermoso que era, pensaba que nosotros nunca podríamos igualar aquella belleza y que a pesar de eso no hay que dejar de aprender de ella; daba las gracias al mundo por estar más arriba de mis mortales expectativas, a ese  mundo que no es bello porque el que lo mira es bello sino porque en realidad él lo es, es inmortalmente superior a nosotros y nosotros somos bellos es por saber contemplarla y aceptarla tal y como es.


Mauricio me dijo que si llegábamos a las 11 pm a Oncativo no iban a haber colectivos, pero este amigo anónimo de la ruta decidió tomar otro camino para llevarme a El Pilar, un pueblo que quedaba a 40 km de Córdoba Capital donde sí había transporte. Imagínese qué hombre… llegamos y esperó a que yo me subiera al colectivo y se marchó a su casa donde su esposa que lo esperaba con sus hijos y una merecida cena.

Me puse los audífonos, me senté, y miré mis manos por las dos caras y di gracias a mi cuerpo por todo lo que yo le hacía pasar, le dije que lo quería y que ya tendría su recompensa. Así que cerré mis ojos y me dormí hasta que recibí una llamada que me despertó cuando estaba llegando a aquél lago  profundo lleno de luces amarillas. Volví a cerrar los ojos y ahí estaba de nuevo el gnomito que empezaba a fabricar nuevas expectativas y planes.