martes, 20 de mayo de 2014

Bep, bep, bep, beeeeeep


Lo desatornilló pensando que en aquél huequito iba a encontrar aceite para ensuciarse las uñas. Pero lo que se encontró fue el regaño de su madre.

El tornillo era de la máquina que mantenía con vida a su abuelo. Su abuelo estaba en coma y necesitaba de aquél aparato para respirar.

Su madre, al ver tal escena, agarró al inocente niño de los pelos y lo lanzó contra la puerta. Él sintió cómo volaba de un lado al otro de la habitación. Sin embargo, su vuelo se vio interrumpido por el golpe, y el dolor en su espalda que este le causó.

Se enojó con su madre porque siempre estaba pendiente del abuelo y no de él. Vio cómo ella con desesperación intentaba poner de nuevo el tornillo en su lugar.

Le dio risa, pero la calló mordiéndose los labios.

Recordó que su amigo Hugo lo esperaba afuera para jugar; quería contarle todo lo sucedido.

Se levantó y abrió la puerta. Mientras caminaba, se dio cuenta de que tenía una manchita negra de aceite en la punta de sus dedos. Se los metió en la boca con alegre curiosidad mientras escuchaba a su madre lamentarse y llorar.
         
El rítmico y monótono “bep, bep, bep”, que producía el monitor cardíaco de su abuelo, se había transformado en un molesto, agudo y continuo "beeeeeep".


Creía que a su madre le dolían los oídos.

Baby grace, por Ezequiel García.
http://www.creciendoenpublico.com.ar/content/obras.php
                             

lunes, 12 de mayo de 2014

La extinción del Bababuy

 Una de las cosas que más me entristecen tras parar y sentarme en la plaza, con la mirada sumida en las montañas, es que no escucho al Bababuy.

 El Bababuy, en las mañanas húmedas y frías cuando subía la montaña era mi compañero y quien aplacaba mis penas. Con su aleteo invisible apartaba las cortinas de neblina frente a mí y me guiaba por el camino destapado bordeado por las piedras y sus reinos en miniatura entre el musgo y el liquen que las cubren, los potreros y las vacas con sus terneros sedientos, los arbustos despelucados con los nidos de innumerables palitos en su interior, los árboles con la frescura del viento en sus copas y los capullos que esperan para florecer mientras los insectos trabajadores marchan. Luego, sin descanso, el Bababuy continuaba su tarea arrastrando las nubes con su pico invisible para descubrir el sol y los matices azules del cielo donde empezaban a volar con júbilo sus primos.

 Trabajaba para dar a luz al nuevo día. El nacimiento era sagrado porque todo esto se daba en armonioso silencio. Pareciera que no hubiera individuo allí que estuviera solo; todo era uno y uno era todo bajo la sombra invisible del Bababuy. Todos renacíamos con dignidad. 

Nunca vi al Bababuy, pues era un pájaro invisible. Mas no era imaginario, ya que siempre lo oí. Ahora quiero pensar que era la única ave que había logrado evolucionar, perdiendo toda corporeidad, a su forma esencial: el canto. 

Era sin duda el rey de la montaña. Y era esta condición de no haberlo visto nunca, ya sea por lo que dije anteriormente o por su modestia, timidez o miedo, más el desconocimiento mío, el que me daba la alegre libertad de subir su rango a dios de la montaña. 

Pero el Bababuy ya no está. ¿Será que al abandonarlo desapareció su canto? ¿Que no era evolución sino la lenta agonía, la extinción del Bababuy?

Miro las montañas y rasguño la madera del asiento con rabia. Y lloro, lloro mucho porque sé que si empiezo a subir la pendiente... moriré. 

Pero dígame ¿quién quiere vivir sin la compañía del Bababuy?

miércoles, 7 de mayo de 2014

El Pacto

Una noche antes de empezar a trabajar.... 

-El pacto, el pacto, el pacto- decía una y otra vez en mi mente como un eco que se perdía en las tinieblas del inconsciente mientras se diluía el sueño. Empapado en sudor y con las cobijas pegadas al cuerpo me desperté a esa hora en la que, según dicen, anda el diablo suelto de borrachera junto a sus amigas las brujas.

Me dije, sin quitar el peso en medio de las cejas que cerraban mis ojos: voy a anotar el sueño -el pacto, el pacto, el pacto-. Estaba en la cama de arriba del camarote; mi mochila, con el cuaderno y el lápiz en su interior, estaba colgada al respaldo, al alcance de la mano, pero la pereza me ganó; el yo somnoliento argumentaba, encaprichado, que con recordar esa palabra me acordaría del resto del sueño. Pero no. Como suele pasar, se equivocó: me hizo incumplir a mi yo despierto, quien buscaba algún tipo de placer cognitivo al encontrar algo de interés en dicho sueño. 

El pacto había sido el clímax del sueño, por así decirlo. Habían sido esas últimas palabras que rematan un buen cuento, que te deja suspendido y fascinado. Sin embargo, el resto, los detalles que me habían llevado hasta el instante de la escena onírica en que habíamos cruzado palabras con el demonio, se me olvidaron. Pero era eso, eso desconocido, lo que había dado un tremendo poder y valor a las palabras: el pacto.

Ahora, en la realidad tangible, me pregunto ¿qué es un pacto?
¿Qué es eso que entendía tan bien, con tanta profundidad y pureza significativa en el sueño?


Según la RAE, es: "Concierto o tratado entre dos o más partes que se comprometen a cumplir lo estipulado."


Entiendo que son dos personas, en este caso seres, o fantasmas, o almas, o lo que sea uno mientras está dormido, totalmente distintas y opuestas que se dan la mano para llevar acabo algo en común... ¿por el bien de ambos?.
El contacto de las manos es importante, así el uno crea que la del otro es repugnante, como en mi caso, que era una mano con piel de serpiente y llena de huecos por los que salían gusanos blancos que se deslizaban por entre sus sólidas y afiladas garras de hueso. Pero ¿Qué se estipuló en mi sueño? ¿Qué es lo que hay que llevar a cabo? No obstante, antes de llegar a esa respuesta, hay que saber que se necesita de un sacrificio para cumplirlo. Un pacto demanda sacrificios que son pequeños bienes que uno tiene y que se ofrecen para recibir un bien mayor.


Digo que mi sacrificio es el trabajo, solo por intuición y por ser práctico. Ya dije que se me olvidó qué se pactaba y para qué, y el trabajo es lo más representativo y cercano que tengo. El trabajo requiere de sacrificios temporales y espaciales: un horario, un sitio. Pero ¿trabajo para qué?. E ahí el caminito hacia mi objetivo, mi destino que requiere de un intermediario, un obstáculo, o viéndolo de manera más amable, un facilitador: el dinero.


¿Por qué ésta imagen del diablo o el demonio siempre adherida o relacionada a los pactos? 


¿Acaso todos esos pequeños bienes, estos sacrificios, son el gran bien del diablo? Él, ¿qué sacrifica? ¿sacrifica algo o es mero poder? ¿Nos sometemos a su dominio porque nosotros no lo poseemos -porque dios no ayuda- y él es el único medio que nos queda para "poder" lograr nuestro bien mayor? No sé. Y tal vez es algo que ningún mortal llegue ni deba saber. Mejor concentrarse en la parte que le toca cumplir a uno.

Siempre se habla de que un pacto con el diablo, tras la ventura y la prosperidad, trae la desgracia o la maldición ¿Por qué? ¿Sólo por que él es el diablo y representa los valores negativos, o mejor dicho, a los que más les tememos? O, ¿somos castigados por pretenciosos y avaros?
Si es así, en el pacto, que requiere de dos partes como mínimo ¿cuál es el equilibro que armoniza el poder, el que no deja que nos desmiembren la mano y que nos da la fuerza para resistir y cumplir con lo pactado?


No supe. Y pregunté.


-El amor - me respondió mi amiga. 


El amor, ese es su nombre propio. El amor en su estado más puro, enaltecido e indecible. Es el medio y el fin. El medio como un hilo invisible que nos guía hasta el fin: él.


Giuseppe Tartini - El Trino del Diablo