sábado, 30 de junio de 2012

Marola


Marola cumplió la mayoría de edad frente al mar, mirando el atardecer en la costa Caribe Colombiana. Los festejos se habían acabado, las risas se habían ido a dormir con los niños, su madre estuvo un momento en el umbral del rancho de paja derramando lágrima; sus amigos ya habían tomado las piraguas… la suya estaba al frente, chocando contra la costa como contando los segundos, impaciente para el abordaje.
Sin más espera se lanzó al mar y empezó a remar hacía el ocaso. Las cosas no eran tan reales como deberían, los peces empezaron a andar en círculos alrededor de la piragua, y Marola recostada  escuchaba el tiroteo, los gritos de su madre y el silencio de sus hermanos.

lunes, 4 de junio de 2012

Demonio




 La soledad es miedo, la aceptación es miedo, tu mirada es miedo y el miedo es mi demonio. Pasa por cada parte tocándome con sus frías garras para sentir y saber, que tan miedoso es mi pie, ombligo, ojos u hombros. Es un estricto juez que me hace tambalear, me hace dudar y hasta a veces, me hace huir, lejos, lejos de mí. Y cuando regreso a mi sitio él vuelve a inspeccionar, enviado de dios que con ojos rojos me intimidas, una y otra vez. Dime: Hasta cuando vendrás, serás tú el que en el lecho me acompañarás o será una dulce caricia de mi madre, de mi mujer, de mi amigo o de mano de oso. Dime, dime, dime o te sacaré corriendo con la escoba o con mis propias manos aunque tu piel sulfurosa me queme, me hostigue, me azote o me mate. Quiero domarte y que tu no me domes a mí. Eres el de los cuernos y yo el de los dientes. Debes ser mi presa y no mi cazador. Asume tu rol y hazte pequeño bajo la palma de mi mano y ve, sin siquiera preguntártelo a donde mi mirada apunta. Se obediente y trae lo que se ve en el reflejo del lago, tráelo y así cumpliré mis sueños. Mi corazón aunque esté dichoso no me hará olvidar de ti para que en traición no me atravieses con tus fríos colmillos. Dame fuerza, dámela, para que con mi látigo te obligue, demonio, a caminar tras de mí  y mires mis huellas firmes. Porque no eres más que el reflejo de mi ego que me enferma con el miedo.


Imagen:http://eagrupowebcr.wordpress.com/2011/12/20/ilustracion-demonio-nino/

viernes, 1 de junio de 2012

¿PORQUÉ LOS NIÑOS DEL ORFANATO NO SALEN EN LA NOCHE DE SU HABITACIÓN?


Mansú tenía pelo verde por todo su cuerpo que se mecía suavemente al ritmo de las brisas. Era grande como una montaña, era tan grande que con sus garras de color naranja alcanzaba a atrapar las nubes, las moldeaba, y se hacía sombreros que se los llevaba el viento; sus ojos eran dos óvalos enormes y tenía una cola larga como de dinosaurio. Tenía muchos amigos y cuando hacían fiesta de verano, juntos parecían una cordillera: saltaban, bailaban y gritaban. Todo parecía una catástrofe cuando ellos se alegraban.

Un día, Mansú estaba buscando una nube con la cual hacerse un sombrero de pirata, pero en vez de encontrarla, vio que en el cielo, como abriendo una cortina, se asomaba la cabeza de un niño. Pero no era la cabeza de un niño normal como los de su mundo, que son peludos y de colores como el azul, el verde, el rojo o el amarillo, todos con cola de dinosaurio y garras enormes, este niño solo tenía pelo en su cabezota y arriba de sus ojos, y era negro, cosa extraña, porque en su mundo la única que tenía ese color era la señora noche, que lucía un negro y hermoso vestido con pequeños puntos blancos que lo adornaban.

Mansú estaba sorprendido y asustado, así que se arrancó unos pelos, y con una semilla y mucha pericia, le fabricó un muñeco como lo hacían con sus hijos para que jugaran y se despreocuparan por las tormentas venideras. Mansú, parándose sobre las puntitas de sus patas le ofreció el regalo al niño sonriente que lo recibió con un brazo tan largo que parecía un tentáculo monstruoso de color rosado.

El niño que tenía brazos como tentáculos se llamaba León y era un niño humano. Era tan grande que podía sostener a Mansú sobre la palma de su mano. Mansú era enorme en su mundo, pero el niño era diez veces más grande, ni siquiera cabía por el cielo del mundo de Mansú, que se sentía orgulloso pues, había conocido a un monstruo.
 Pero no era malo, lo sabía porque no le jaló las orejas peludas, además, le contó que él vivía en un mundo muy parecido al de él, solo que los habitantes eran humanos, o sea, monstruos como él: tenían solo pelo en la cabeza y por eso se ponían ropa, ya que no lo tenían por todo su cuerpo para protegerse del frío. Para Mansú, la cueva en la que vivía León, a la que llamaba habitación, era una gran novedad. En vez de tener piedras frías y duras para dormir, tenía una cosa horriblemente blanda y caliente que se llamaba cama; al lado  una caja cuadrada de madera en donde reposaba una rama de árbol que sostenía una gota de agua gigante donde estaba atrapada una luciérnaga que brindaba luz, a esta le llamaba lámpara; Leon la usaba para poder ver bien a Mansú en las noches. Mansú escuchaba y hacia caras extrañas para poder entender lo que decía león.
 
León le contó que siempre había querido un amigo como él.

Al final de la noche, después de tanto jugar, compartir historias y costumbres,  Mansú cansado se despidió de León y saltó por el cielo de su mundo, que era nada más y nada menos que el libro favorito de León, ése que leía todas las noches para sentirse acompañado. Ése libro mágico que a cada niño del orfanato le habían regalado.
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                         Montañas Bojacá, Cundinamarca, Colombia. Alonso Garcia Matallana