sábado, 28 de julio de 2012

¿QUÉ SUCEDERÍA...SI UN DÍA LAS ESTRELLAS SE FUGARAN?


Me hallaba en las faldas de la montaña sentado sobre una roca enorme cubierta por líquenes y musgos, miraba al cielo, miraba las estrellas. Esperaba que pasara una estrella fugaz para pedirle un deseo, meditaba… y mientras meditaba, todas las estrellas se fugaron dejando su estela tan solo unos segundos. Fui afortunado, tantos deseos…

Pedí ser millonario, pero el barco en que venía mi oro quedó a la deriva.

Pedí una mujer hermosa, pero todas las mujeres se
vieron vacías de esperanza como la noche sin estrellas.

Pedí que mi abuela regresara de la muerte, pero ella se había fugado montada en la osa menor.

Los astronautas fueron desgraciados, la gente no miraba al cielo por miedo a la nada, la señora noche perdió los adornos de su vestido negro y la gente esperaba ansiosa que el día llegara pronto.

Así que mi último deseo fue que las estrellas volvieran. Y con la manos en mis bolsillos, caminé cuesta abajo hasta mi casa, guiado por los astros que me acompañaban a todos lados. No podía deshacerme de los seres celestes que nos acompañan a todos lados; inclusive si salimos del planeta, ellos están… y más cerca que nunca.



domingo, 15 de julio de 2012

BUSCANDO


Buscando, paso las hojas como aspas. Aspas que con el tiempo han ido formando un callo que aísla mi carne del contacto contigo. Por eso no hablo de ti, si no de mí. Creo la fortaleza con ladrillos invisibles.

Buscando encontré la página en blanco, llena de horizontes: hilos sin coser palabras que remendaran el drama de mi pecado.  Pecado inocente, infantil, al que tomé (y no quiero más) para no sentirme traicionado. 


¡Traición al traidor!

En este juego participan todos mis fantasmas, uno tras de otro, pero nadie delante de mí. Siempre con puñales (apuntando al frente) escondidos bajo las mangas de pesados trajes oscuros  guardados en armarios de casas milenarias. No asesinaría a nadie, solo…

¿Esperar?


Es enterrar mis pies en tu sexo, mujer, o en tu ano, corazón, y mostrar la blanca espalda de mis ojos a tu distante orgasmo y latir. Ahogar mi mirada en lo profundo de mi cabeza y soñar, en un lindo y sublime jardín perfumado, rosando tus labios de textura de pétalo… y darme cuenta que lo deseado son labios embadurnados grotescamente con una gruesa capa de labial.

Buscando escribí y no encontré más que una puñalada. Una muerte, nacimiento de la próxima víctima y victimario. Nuevo fantasma, nuevo vivo. Cadena  con eslabones de vida y muerte, logros y saboteos que rebotan en otros lucros. Rumiar de manzanas verdes, maduras y podridas.

Ahí te dejo el plato servido. No te levantes de aquí hasta no comer, hasta no terminar. Si no comes, más hambre te dará y tus dientes se afilarán para devorar la apetitosa cena. 

domingo, 8 de julio de 2012

CONVERSACIÓN CON LA LUNA LLENA


-¿Qué haces lobo?- preguntó.

El lobo sorprendido respondió:

-Hago lo que hacen todos los lobos.

-¿Y qué es lo que hacen todos los lobos?

-¿Tú qué crees?

-¿Aúllan? 

El joven lobo ofendido retiro su mirada fija en la luna llena y miró los ojos color miel de Gabriela.

-¿Aúllan?, no, no aullamos. Sólo tenemos una conversación.- y nuevamente fijó su mirada en la luna llena.

-¿Una conversación?

-Sí.

-Pero acá no hay nadie además de mí para tener una conversación.

-Que vanidosa eres. No eres la única con la que converso… también hablo con la luna llena.

-Dime, ¿cómo hablan?, escucho tu voz, pero no la de ella.- dijo señalando la luna llena.

El joven lobo de nuevo clavó sus ojos en los de Gabriela.

-Ella no tiene voz, ella está llena de oídos.

Luego bajó su mirada y contemplando el lago donde se veía el reflejo de la luna llena, dijo:

-La luna llena se ve con nuestros ojos, y nosotros, querida, nos escuchamos con sus oídos.

jueves, 5 de julio de 2012

MAGIA



Caminábamos en las tardes por el campo, días fríos y húmedos. Uno miraba, custodiaba mientras el otro sacaba el briquet y encendía entre sus manos la pipa de madera. Le llamábamos “Magia”. Caminábamos viendo las montañas, pasándonos la pipa el uno al otro para “encantarnos”. Era nuestro derecho a ser jóvenes, a escondidas. No sentíamos miedo a la realidad, la lidiábamos y huíamos volando entre nubes de humo que rompíamos con nuestros rostros.  Reíamos sin poder contenernos, viajábamos entre una idea y otra, y como canguros brincábamos a otra, inesperadamente, cambiando de sentido. Caminábamos sin parar, el tiempo era vacio, ni la lluvia nos detenía, estábamos dentro de nuestro mundo de soledad compartida.  Era ser niños otra vez.
 
El hambre, el placer de comer nos llamaba, nos hacia saborear nuestros áridos paladares. Como comadrejas debatíamos quién iba a ser el valiente que iría a la tienda y compraría el chocorramo y el yogurt. A la final, siendo sincero, creo que fue más veces él. Las palabras de la vieja raquítica de la tienda eran como chistes y las miradas de los campesinos como jueces. Era una gran victoria, la celebrábamos con risas, saltos y un “si viooo” “que gonorrea marica” “que chimmbaaa”. Y disfrutábamos con placer la explosión de sabores en nuestra boca.

 Eso que habíamos comido toda la vida, manifestaba en aquel momento el mismo sabor que la primera vez, que ya, por costumbre, se había vuelto “normal”. Y seguíamos nuestra marcha por Río Frío, Lourdes o  Carrón, sin saber lo lejos o lo cerca que estábamos. Nos acompañábamos. Los sitios que conocíamos se volvían a dejar conocer como una maravilla recién descubierta, como si nunca hubiera sido vista.

Cuando la magia estaba perdiendo propulsión y aún estábamos lejos  del pueblo, torpemente, lentos por la belleza de las cosas que atraían fácilmente nuestra atención, hacíamos piruetas con la pipa o “varita mágica”, para cargarla de nuevo. Finalmente estaba lista, llena de nuevo. El fantasma nos volvía a encantar, a poseer. La noche se asomaba. Contemplábamos las estrellas titilantes, la luna llena, las luces sepias del pueblo, el camino que seguía y seguía, la brisa húmeda y nuestros píes incansables. Cuando nos cruzábamos con gente, sombras caminando o en bicicletas, se escuchaban nuestros susurros, risas pícaras.  Andado el sendero, llegábamos al parque, nos acostábamos en el pasto azul. Luego, casi sonámbulos, cada uno se iba a su casa, en silencio.