jueves, 5 de julio de 2012

MAGIA



Caminábamos en las tardes por el campo, días fríos y húmedos. Uno miraba, custodiaba mientras el otro sacaba el briquet y encendía entre sus manos la pipa de madera. Le llamábamos “Magia”. Caminábamos viendo las montañas, pasándonos la pipa el uno al otro para “encantarnos”. Era nuestro derecho a ser jóvenes, a escondidas. No sentíamos miedo a la realidad, la lidiábamos y huíamos volando entre nubes de humo que rompíamos con nuestros rostros.  Reíamos sin poder contenernos, viajábamos entre una idea y otra, y como canguros brincábamos a otra, inesperadamente, cambiando de sentido. Caminábamos sin parar, el tiempo era vacio, ni la lluvia nos detenía, estábamos dentro de nuestro mundo de soledad compartida.  Era ser niños otra vez.
 
El hambre, el placer de comer nos llamaba, nos hacia saborear nuestros áridos paladares. Como comadrejas debatíamos quién iba a ser el valiente que iría a la tienda y compraría el chocorramo y el yogurt. A la final, siendo sincero, creo que fue más veces él. Las palabras de la vieja raquítica de la tienda eran como chistes y las miradas de los campesinos como jueces. Era una gran victoria, la celebrábamos con risas, saltos y un “si viooo” “que gonorrea marica” “que chimmbaaa”. Y disfrutábamos con placer la explosión de sabores en nuestra boca.

 Eso que habíamos comido toda la vida, manifestaba en aquel momento el mismo sabor que la primera vez, que ya, por costumbre, se había vuelto “normal”. Y seguíamos nuestra marcha por Río Frío, Lourdes o  Carrón, sin saber lo lejos o lo cerca que estábamos. Nos acompañábamos. Los sitios que conocíamos se volvían a dejar conocer como una maravilla recién descubierta, como si nunca hubiera sido vista.

Cuando la magia estaba perdiendo propulsión y aún estábamos lejos  del pueblo, torpemente, lentos por la belleza de las cosas que atraían fácilmente nuestra atención, hacíamos piruetas con la pipa o “varita mágica”, para cargarla de nuevo. Finalmente estaba lista, llena de nuevo. El fantasma nos volvía a encantar, a poseer. La noche se asomaba. Contemplábamos las estrellas titilantes, la luna llena, las luces sepias del pueblo, el camino que seguía y seguía, la brisa húmeda y nuestros píes incansables. Cuando nos cruzábamos con gente, sombras caminando o en bicicletas, se escuchaban nuestros susurros, risas pícaras.  Andado el sendero, llegábamos al parque, nos acostábamos en el pasto azul. Luego, casi sonámbulos, cada uno se iba a su casa, en silencio.

1 comentario:

  1. já :D tal cual
    como extraño el campo, el chocorramo y tanta magia

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