domingo, 26 de enero de 2014

Las distancia entre mis ojos y nuca

Las palabras cotidianas se van gastando, como si cada vez que se pronunciaran fuera un machetazo que acorta la profundidad de su significado, quedando como cascarones vacíos.
Cada día en el trabajo mi “buenos días ¿qué desea?”  -como genio de la panadería- se llena de significado por el cliente, no por mí.
Es así como me gano el mérito de cordial y bien educado; facultades con las cuales, el que se siente elogiado, pierde… por eso, porque viene de la nada. Pero se aceptan como representación solo para ahorrarse problemas estúpidos.

Andar en aquella vacuidad pincela las ojeras; la distancia entre mis ojos y nuca es como ir de lo eterno a lo infinito: tanto camina mi ser con manos en los bolsillos que reza entre susurros, sin parar: “un paso más, un paso más, un paso más…” que se aleja y da la espalda –mientras sonreímos falsamente al cliente- queriendo salir por la puerta trasera; y el ser de nuestras necesidades materiales y el de las espirituales se disocian, dejando al primero automatizado, como robot. Es esta la clave, dicen, de poder aguantar el trabajo que no elegiste por gusto.

Pero mi dolor en los pies no los siente una máquina.

Y ese nuevo paso que se da pisa las incipientes estalagmitas que se clavan en mis talones y crecen como gemelas hasta rasgar todo mi cuerpo y salir impávidas por mi cráneo, hasta dejarme cuernos, cual presa: es ese el dolor que aún me mantiene como unidad. Y esos cuernos mi arma.

No hay comentarios:

Publicar un comentario