Recostado
sobre una roca contempla el cielo y piensa en que alguna mano
misteriosa fue la responsable de haber esparcido y sembrado las
estrellas. Cree que sin ellas la humanidad ya hubiese perecido ante
la hambruna espiritual. Levanta su dedo y empieza a unir los luceros
con hilos imaginarios, como lo haría una araña. Encuentra
infinidad de figuras. No sabe si alguien más en el mundo habrá
visto las mismas, pero lo desea. Se detiene y recuerda que hay muchas
de esas estrellas que ya murieron, pero que aún brillan. Que si una
se apagara de repente, el hilo caería en el vacío y se mecería
como un péndulo, a la espera de otra estrella para atarse. Sin darse
cuenta está regando las estrellas con la transparencia y el fluir de
su alma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario