martes, 27 de agosto de 2013

Un parecer

A veces pareciera que para poder sobrevivir hubiera que liberarse  de pensamientos, frustraciones, lamentos… por medio de la ofensa, el insulto. Callar, retener, que es un recipiente con límite, tiene niveles de contención siempre diferentes según la persona. Según factores a veces tan insospechados como la herencia genética, hasta haber presenciado varios conflictos ya sean familiares, sociales, etc. Que por acción-reacción, por reflejo, hacen que desarrolles cierta capacidad, mayor o menor, en tu contención, en tu aguantar, retener, callar. Pero cuando sobrepasa el límite se libera de la forma en que estaba contenido y rompe con tanta energía que esta toca los límites del otro y genera la ofensa, el insulto hacia el otro (a veces siendo el otro uno mismo).  Es el gran alivio, el suspiro estruendoso ¡la libertad!

Pero el vacío empieza a buscar contenido, y el fondo del recipiente, es decir, lo primero que lo llena, es la culpa. La culpa de haber maltratado al otro; e independientemente de lo que le suceda se sienten los ojos que enjuician y, vas en busca del castigo, que sería la búsqueda del perdón (confiar en la bondad y honestidad del otro, y en un caso más sensato: la redención -trocar la culpa por un pedido, deseo del otro, y dejar la balanza equilibrada sin derecho a más de una entrega- ¿Pero no sería esto otra forma de liberación diferente al insulto? ¿Si la aplicáramos no para liberar las consecuencias de la otra liberación,  sino para esta misma?

Dicho así, el insulto sería para solitarios; y el perdón y la redención, para aquel que cuenta con la solidaridad del otro: un amigo. No sé, a veces pareciera que la vida girara perpetuamente entorno a eso: Callar, insultar y pedir perdón. 
Pero solo es un parecer.

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