A
veces pareciera que para poder sobrevivir hubiera que liberarse de pensamientos, frustraciones, lamentos… por
medio de la ofensa, el insulto. Callar, retener, que es un recipiente con
límite, tiene niveles de contención siempre diferentes según la persona. Según
factores a veces tan insospechados como la herencia genética, hasta haber
presenciado varios conflictos ya sean familiares, sociales, etc. Que por
acción-reacción, por reflejo, hacen que desarrolles cierta capacidad, mayor o
menor, en tu contención, en tu aguantar, retener, callar. Pero cuando sobrepasa
el límite se libera de la forma en que estaba contenido y rompe con tanta
energía que esta toca los límites del otro y genera la ofensa, el insulto hacia
el otro (a veces siendo el otro uno mismo).
Es el gran alivio, el suspiro estruendoso ¡la libertad!
Pero el vacío empieza a buscar contenido, y el fondo del recipiente, es decir,
lo primero que lo llena, es la culpa. La culpa de haber maltratado al otro; e
independientemente de lo que le suceda se sienten los ojos que enjuician y, vas en busca del castigo, que sería la búsqueda del perdón (confiar en la
bondad y honestidad del otro, y en un caso más sensato: la redención -trocar
la culpa por un pedido, deseo del otro, y dejar la balanza equilibrada sin
derecho a más de una entrega- ¿Pero no sería esto otra forma de liberación
diferente al insulto? ¿Si la aplicáramos no para liberar las consecuencias de
la otra liberación, sino para esta
misma?
Dicho así, el insulto sería para solitarios; y el perdón y la redención, para aquel que
cuenta con la solidaridad del otro: un amigo. No sé, a veces pareciera que la
vida girara perpetuamente entorno a eso: Callar, insultar y pedir perdón.
Pero
solo es un parecer.
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