lunes, 13 de enero de 2014

ANÁBASIS


Siempre fui partidario de aquellos que aconsejan que uno tiene que viajar por lo menos una vez en su vida. Lanzarse a lo desconocido; tener un plan y que cada paso que se dé, cada pueblo, ciudad, lugar que se pise, lo tache y lo reescriba espontanea y continuamente. Que la ruta hacia nuestro destino sea impredecible. Un viaje es aventura, no turismo; debe ser la ascensión hacia nosotros mismos;  el desafío es aprender a descifrar el rompecabezas (la vida) con tan solo mirar una ficha suelta (el viaje). Es así como entiendo que en un viaje se comprime la trama de la vida.

Mi viaje de ida fue con mi amigo Rigby que me había invitado a pasar las fiestas de navidad y año nuevo con su familia en Corrientes; habíamos viajado desde Córdoba haciendo dedo (autostop) con todas las experiencias –siempre nuevas- que conlleva un viaje que en este caso deben ser contadas en otro momento, tal vez escrito, tal vez en una cabaña siendo viejos y borrachos, tal vez nunca dejemos de contarlas, tal vez se los coma el olvido, no sé. Pero ahora solo contaré la vuelta, la hazaña del regreso que hice solo, sin compañía de mi querido amigo.

Un par de días antes de irme (jueves) le había dicho a Rigby que era increíble cómo la cabeza de uno, sin ayuda, empezaba a trabajar y organizar todo cuando decidía llevar a cabo una acción. Como si un histérico gnomo dentro de nosotros empezara a acomodar desde lo más accesorio a lo más elemental basándose en los posibles y recibiendo sueldo de la empresa de las expectativas…

La entrega fue la siguiente, así eran mis planes: Preparar unas lentejas (que es el gran alimento de los viajeros, según nosotros) y no gastar dinero en comida por el camino; en las rutas cabe la posibilidad de que quedes varado en pleno desierto y  no encuentres nada de comer: mejor llevar y prevenirse el alimento que es lo más importante ya que nuestros cuerpos jóvenes –pensaba- son capaces de resistir sin dormir una noche y poder continuar, como ya ha sucedido en otras ocasiones, pero sin comida resulta imposible.
Me levantaría a las 5am y tomaría un colectivo hasta Resistencia  pasando el puente que atraviesa el Paraná: “la serpiente sin ojos” del litoral argentino, y tomar un colectivo en la terminal que me llevaría al primer pueblo afuera de la ciudad  por la Ruta Nacional 11, y ahí empezaría a hacer dedo hasta llegar a la ciudad de Santa Fe a 544, 3 km que vendría a ser un poco más de la mitad del trayecto. Mi gnomo interior había calculado que a la noche estaría llegando a Santa Fe (como había sucedido en la ida) y que me tocaría pagar un hostel o lugar económico para pasar la noche y continuar, a la mañana siguiente, el camino hacía Córdoba que estaba a 339,0 km yendo por la por la Ruta Nacional 19.  A todas estas, la noche anterior había mirado el pronóstico del tiempo y decía que iba a ser un buen día, con temperaturas más bajas que las que venía habiendo (30°C a 40°C), y la probabilidad de lluvias era baja.

Pero como dije al principio un viaje es como la vida: impredecible. Puedes prevenirte algunas cosas ya que puede ser un instinto natural de supervivencia, pero este, sin la condescendencia y aceptación de lo que vendrá, el capricho, puede llevarte a una profunda frustración.  Y eso fue lo que me pasó.

Todo venía según los planes: las lentejas estaban listas, me había despertado a la 5am y ya íbamos de camino a tomar el colectivo a Resistencia cuando las nubes densas y grises casi negras, empezaron a flanquear Corrientes y el viento a cachetearnos bruscamente hasta que la lluvia se desató. Tuvimos que escampar en una estación de servicio que estaba fuera de funcionamiento ¿Pueden imaginar dónde quedaron mis expectativas a tan solo unas cuadras de emprender el viaje? Pues si no estaba tocando el fondo de la nada la estaba explorando, como le gusta hacer a Rigby en los días tristes. Mi amigo me había acompañado a tomar el colectivo y ante mi aura de declive y decepción le había tocado silenciarse y alejarse de mí que estaba mirando la lluvia incesante. ¡No podía ser que todo empezara tan mal! Parecía el inicio más fracasado y el final más prematuro, como el aborto. 

Así que empecé a rezar como hacía Kerouac. Empecé a pedir al mundo que dejara de llover, que cesara un poco, que me ayudara… y ante esta muestra de humildad hacia el universo, Dios mutado en el  rugido de mi amigo que me llamaba, me decía que venía el colectivo, que era posible a pesar de que no todo salía como esperaba… que resistiera y me sumergiera y siguiera andando con fuerza, y nos despedimos rápidamente…

En el colectivo, pasando el puente, no se veía nada alrededor. Todo estaba gris y escondido ante las innumerables gotas que caía y hacía inhalar allá abajo a la serpiente, al Paraná.

Al llegar a Resistencia tomé un urbano que me llevó hasta la terminal. Allí pregunté y me dijeron que el próximo colectivo hasta el siguiente pueblo salía dentro de dos horas y que valía 30 pesos, así que decidí caminar, totalmente resignado, a la RN 11 que estaba aproximadamente a seis cuadras. Empecé a hacer dedo bajo la lluvia y luego fui hasta un puente peatonal en el que había un lomo de burro (policía acostado) pues allí los vehículos tenían que frenar y había más posibilidad de que me vieran y me levantaran. Era un buen lugar. Estaba totalmente empapado, no había lugar que se le escapara al agua, el puente no me podía proteger pues el viento era tan fuerte que la lluvia “caía” horizontalmente.

Ya eran las 10 am cuando mi cabeza empezó a cambiar de planes. El gnomo quería volver y desempacar. Mis expectativas ahora eran esperar hasta las 12 pm, y que, si no me habían levantado, comiera y me quedara vagando por la ciudad y regresara a donde mi amigo con el rabo entre las patas e intentar reanudar al otros día con un mejor clima.

Temblaba como loco, me dolía el brazo de mantenerlo elevado. Me sentía como los perritos que estaban ahí corriendo por la mitad de la ruta, mojado y desorientado, sin saber para dónde agarrar y con el peligro constante de ser atropellado. Pero como me había dicho una chica, amiga de Rigby: “Tú usas la risa como método de defensa”. Eso empecé a hacer, dejé mi yo trágico y me empecé a volver un mexicano cómico. Hablaba solo, o con los rostros de los que pasaban... “Dele compadre, levánteme ¡Mire que yo no he hecho nada malo! Comadre, usted con esa cara tan bonita… recoja a este pobre hombre mojado… ¡ay compadre! ¿No ve que estoy muy solito?”  Y me reía solo, saltaba, saludaba y daba las gracias desde el que me decía con sus señas que iba hasta la siguiente curva hasta el que tenía la cara más sería y amarga. Jugaba en los charcos con los perritos para calentarme los huesos, para defenderme del mundo. Así el mexicano cómico que me poseyó me salvó por una hora más hasta que se marchó cansado. Y cuando estuve solo otra vez pasó una camioneta en sentido contrario y me dijo que nadie me iba a recoger, y en ese momento le creí ¿Quién iba a querer mojar el sillar de su auto por recoger a un desconocido en la ruta? y volvió el trágico, pero en el momento en que mi rostro volvía a mirar las gotas que caían en los charcos, levanté la mano y paró un auto blanco ¡No podía creerlo! ¡Tan cerca de mi retirada!

En el auto venía Eduardo, su esposa y sus dos hijitos. Le dije que no quería mojar el asiento pero no le importó. Me brindaron mate caliente y subieron la calefacción al verme como un pollo temblequeando, cosa que les agradezco muchísmo. Vivían en Resistencia pero iban para su pueblo que estaba a 150 km. Yo esperaba agarrar uno que me llevara directo a Santa Fe pero había que bajar las expectativas, y no podía desaprovechar este milagro, que ahora que me doy cuenta fue el impulso para un viaje totalmente exitoso, mejor que el que esperaba. Ahora se me hace muy difícil acordarme de todo lo que hablamos: política, historia, economía, comida, etc. Pero recuerdo que me dijo que no iba a parar de llover, que él conocía muy bien su tierra.

Nos despedimos y me dejaron en la estación de servicio donde entré al baño. Salí a buscar un lugar dónde sentarme y poder comer mis lentejas y cuando salí, al instante, vi que había una grúa que estaba por salir así que me acerqué a la ventana del chofer que era un hombre de aproximadamente treinta o treinta y cinco años con barba de roquero y le pregunté que si iba a Santa Fe, que si me podía hacer el favor de acercarme, y me respondió que sí. No podía creerlo. Parecía que iba a cumplir mi meta de llegar a la noche a Santa fe. Me subí y él estaba por comerse un lomito, me preguntó si ya había comido y le dije que no pero que lo acompañaba con mis lentejas.

Mientras íbamos comiendo (él comía y manejaba al mismo tiempo) le pregunté para dónde iba, y adivinen lo que me respondió… ¡Para CÓRDOBA! Casi escupo la comida de la alegría que me dio. No lo podía creer. Iba para Oncativo, su pueblo que estaba a 70 km de la ciudad ¡SETENTA KILÓMETROS! Le dije que genial, que si me podía llevar, que si no le molestaba… sonrió ante mi alegría y me dijo: “claro, sí”. Fue un trayecto largo, paramos en varias estaciones de servicio donde entré al baño con la única intención de orinar y mirarme al espejo y decir “¡Así me gusta verlo! ¡Sonriente! ¡Con suerte!” Siempre me consideré un tipo con  suerte, pero últimamente en la cabeza se me estaba metiendo un pensamiento pesimista que me decía que la suerte se agotaba con los años, pero ahora comprobaba que aún no, que si era así aún me quedaba una gran reserva.  Cargamos agua para el mate que fui cebando mientras hablábamos y hablábamos nuevamente de todos los temas posibles. Yo abandoné la universidad académica por esto: ¡Por la famosa universidad de la vida!

Veníamos hablando y haciendo intercambios culturales, históricos, gastronómicos y políticos de nuestros respectivos países. Le dije que en navidad comíamos tamales y ajiaco. Que la gente de la costa era gente muy alegre, podían no tener qué comer pero que siempre tenían el equipo de sonido a todo volumen. Que yo era de los andes y a diferencia de la mayoría del país ahí no hacía calor, y nos decían que vivíamos en la nevera del país.  Le expliqué cómo andaba Colombia con todo esto de los tratados de libre comercio que nos estaban volviendo un país consumista, que en la finca de mi papá las guayabas se pudrían bajo el árbol mientras había gente muriéndose de hambre porque le salía más caro ir a vender un guacal que lo que le pagaban por él. Que nos estaban haciendo lo que habían hecho los colonos engañando a los pueblos originarios con espejos. Que el anterior presidente, ése que fue reelecto, fue nefasto, le conté lo de los falsos positivos, las listas negras, que Pablo Escobar no fue ningún Guevara…
 Y Mauricio (así se llamaba) me dijo que era similar a la Argentina de Menen cuando fue reelegido y había privatizado todas las empresas nacionales; que había durado solo seis años la prosperidad, que tenían el peso con el mismo valor que el dólar y que todos viajaban a Europa tranquilamente, pero que luego llegó la crisis como es normal ante una solución superficial y efímera. Que su primer gobierno había sido bueno como el de Kishner, que si no hubieran sido reelectos (contando a Cristina como la misma idea: el Kishnerismo) habrían sido ahora más grandes y venerados. Mire esto tan bonito que me dijo: “la política es como el ciclo del agua, si no fluye o se evapora o cambia o se renueva, se estanca y se pudre”. Una enfermedad que él no entendía. Que por eso no estaba de acuerdo con el gobierno actual. Llegamos a la conclusión mutua y totalmente imparcial de que ningún gobierno, ninguna idea, puede perpetuarse por más de un periodo en el poder, y que todo gobierno es bueno si fluye y se va cuando acaba su labor y no se queda estancado y pudriendo el país.

Seguimos andando horas y horas, kilómetros y kilómetros. El día había abierto y se había vuelto radiante, soleado, con un viento suave y fresco que acariciando los campos llenos de vacas, molinos de viento, contenedores de cereales, máquinas enormes arando…Cantamos canciones de Los Fabulosos Cadilacs, Juanes, Fito Paez, Carlos Vives, abandonando toda vanidad y disfrutando la ruta mientras el sol se iba escondiendo al final de esta. El espectáculo de colores que se vive en un atardecer de verano es indescriptible. Los grupos de aves atravesaban el horizonte de lado a lado y yo solo pensaba en lo hermoso que era, pensaba que nosotros nunca podríamos igualar aquella belleza y que a pesar de eso no hay que dejar de aprender de ella; daba las gracias al mundo por estar más arriba de mis mortales expectativas, a ese  mundo que no es bello porque el que lo mira es bello sino porque en realidad él lo es, es inmortalmente superior a nosotros y nosotros somos bellos es por saber contemplarla y aceptarla tal y como es.


Mauricio me dijo que si llegábamos a las 11 pm a Oncativo no iban a haber colectivos, pero este amigo anónimo de la ruta decidió tomar otro camino para llevarme a El Pilar, un pueblo que quedaba a 40 km de Córdoba Capital donde sí había transporte. Imagínese qué hombre… llegamos y esperó a que yo me subiera al colectivo y se marchó a su casa donde su esposa que lo esperaba con sus hijos y una merecida cena.

Me puse los audífonos, me senté, y miré mis manos por las dos caras y di gracias a mi cuerpo por todo lo que yo le hacía pasar, le dije que lo quería y que ya tendría su recompensa. Así que cerré mis ojos y me dormí hasta que recibí una llamada que me despertó cuando estaba llegando a aquél lago  profundo lleno de luces amarillas. Volví a cerrar los ojos y ahí estaba de nuevo el gnomito que empezaba a fabricar nuevas expectativas y planes.

5 comentarios:

  1. Excelente experiencia, te felicito, no es facil hacer lo que hiciste, arriesgado pero reconfortante al mismo tiempo...siento mucho lo de la llamada que inoportuna...o sera oportuna???!!!

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  2. me encanto este relato, pude imaginar por las cosas que pasó, me acorde mucho de cuando viajamos hasta su finca en Tena, la frustración de no ser llevados y de tener que caminar por horas lo que un coche anda en 10 minutos.
    espero que siga viviendo cosas increíbles y que nunca deje de confiar en su suerte, porque siempre la ha tenido con usted.

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  3. Es verdad. Es una sensación que a mí me sedujo mucho, y que me encanta seguir acariciando...

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  4. Ay amigo, que diferente que sos. Muy feliz de conocerte. Lo único que nos queda es la belleza de la naturaleza y aprovecharla como sabés hacer vos.

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  5. Vivi con tu relato cada situacion, admiro tu espiritu aventurero,ojala no pierdas nunca esa sonrisa ni el deseo de ganarle a la vida nuevas oportunidades.Paula Vera

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