viernes, 1 de noviembre de 2013

El Nombre De Dios.



En la euforia de mis primeros alegres vinos y el baile, ella sacó una carta y dio muerte a su libro. Como epitafio, en su primera página, escribió: “Para que aprenda y no sea predecible”. De ahí en adelante yo empecé a andar, batiéndome en un camino incesante que hasta ahora empezaba con aquél ataúd bajo el brazo.

En el viaje el paisaje se hizo más llano. Los zapatos se rompieron. Y la visión se empezó a velar hasta la nada. El eterno horizonte desapareció y caí de rodillas... dios ya no existía: había extraviado su nombre.

¿Dónde pescar un nombre para él sin el horizonte?

El horizonte está -escuché- solo que tu no lo ves. Elevé mi mirada esperanzado, pero seguía la tiniebla. Corre el velo -volvió a decir-

¿Qué velo? Si lo que hay acá no es un velo, es la vida eterna: la tiniebla perpetua.

Recordé el libro. Sin verlo pasé sus hojas como las aspas de un molino y sentí su brisa que susurraba: “Para que aprenda y no sea predecible”. -Vaya y busque su propia muerte, no haga lo que hacen los otros: querer ser inmortales.

Empecé a imaginar que corría un velo tras otro con mis manos, como si cada movimiento fuera un hechizo que creaba sin cesar. Creé un horizonte que iba directo a mi tumba. Y Dios tenía nombre, siempre lo tuvo, solo que no lo vi. Me dio su mano y marchamos descalzos. Su nombre era Impredecible: aquél que no tiene límite.



Caspar Friedrich-La esposa antes del amanecer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario