domingo, 6 de octubre de 2013

¡Todas las aves a tierra!



En un viaje (considerando que toda experiencia lo es) he querido que lo aprendido: las aves, dejen de volar en ese cielo ideal en el que se forma una experiencia, para que esta no se vuelva un fin, un camino predecible y fijo de nuestra vida. He querido que las aves no se pierdan en el sublime horizonte como un sueño diluido. He querido llamar su atención (despertar su rebeldía) hacia la tierra, abajo de los árboles, para que conozcan el territorio de su cazador; que no es más que un basto suelo de conocimiento; que se recorre con pasos torpes, y se guarda la posibilidad de volar.



En una fiesta de mierda, hecha con el propósito de recaudar fondos para un congreso de lengua y literatura que se haría en Mar del Plata, me volví a encontrar con las dos estudiantes de último año de Literatura que dirigieron el curso de ingreso el año en que llegué a este país. Al principio me causó mucha euforia y felicidad verlas, no sé si por mi estado alterado en ese momento por el alcohol y demás, o porque en la “realidad” me alegraba verlas. Una de ellas empezó, entonada también, a decirle a una de sus amigas que yo era uno de los mejores del ingreso de aquél año, que mi escritura en aquél análisis del cuento de J.Rulfo era “especial”. Yo intentaba callarla, le decía que no me dijera eso (seguro pensaría que lo hacía por modestia, pero no) que yo ya había desertado de la carrera…

Sus caras se fundieron en la desilusión a la que ya me he venido acostumbrando. Me preguntaron por qué, yo les dije que ya no juzgaba a la academia; que después de debatir durante mucho tiempo con ella había llegado a la conclusión de que ella es ella y yo soy yo, que somos incompatibles, así que yo la dejo ser (sabiendo que no hay nada mejor), para poder ser yo (si es que eso es posible).
Una de ellas me respondió –mientras la otra me fustigaba con su mirada de profesora que detrás de su silencio y su aparente escuchar, esconde la censura- que me entendía, que ella había llegado a algo similar pero ya acabando la carrera. Choqué mis manos con ella y le dije que así era mejor, luego me arrepentí, y me fui al otro lado de la balanza y, replanteando lo dicho, levanté mi sospecha y le expresé que no sabía en realidad si era mejor… Escuchaba atenta mis palabras, mientras la otra movía lentamente su cabeza negando. Seguro pensando que no me daba cuenta…- que aunque no quiero a la academia, tampoco la termino de reprobar porque sé que todos somos víctimas de ella: yo, ellas, y los profesores que con el pie metido en el barro no saben qué más hacer sino es meterlo más adentro del pozo. ¡Todos somos víctimas de la academia! -Les decía- Pero hay unos que somos más vulnerables que otros. Y, como por compasión, les dije que yo era más vulnerable. Pero bueno, ya me iba y terminé por decirles en ese momento que estábamos con los otros chicos en la esquina, que hay estaba mi amigo. ¡El que iba a ser el decano de la facultad!

Le dije a mi amigo, saltando de la alegría, que había estado con las chicas que nos habían hecho el ingreso, que estaba feliz por la conversación que habíamos tenido. Le conté lo sucedido. Me cuesta mucho recordar lo que expresó, pero era algo cercano a lo siguiente: me dijo que la gente como yo éramos como cenizas: nos desvanecíamos en el aire. Sabes por qué- le respondí- porque le echamos mucha leña al fuego de nuestras vidas, talamos todo el bosque dado para vivir porque no soportamos que todo esté tan oscuro. Que a la gente como yo –continuó- era a la que todos los estudiantes de letras terminaban leyendo, analizando. Que en el instante no se dan cuenta, pero que más adelante se van a acordar, que somos los que tatuamos nuestra alma –usando nuestro cuerpo como tinta- en el mundo para que luego el recuerdo sea más duradero. Le decía que no me importaba, y aún ahora me cuesta escribir lo que él decía al igual que me costó oírlo, porque yo no sé si me sienta tan así. Y si es así, es una sentencia en la que prefiero estar con los ojos vendados mientras baja la guillotina. Eso sí, taparme los oídos se me fue prohibido al igual que el tacto.
En ese instante, irrumpiendo, llegaron las dos chicas. Rápido le susurré a mi amigo: ¿por qué habrán venido exactamente en este instante…? No sé –me respondió- ya veremos…
Se dieron los saludos correspondientes. Nos preguntaron que si íbamos a ir al congreso, mi amigo respondió que tal vez, y yo les dije -airado aún por la conversación anterior- que si iba… ¡Iría por conocer por segunda vez el mar! A lo que recibí como respuesta la reprobación fija en su mirada cargada de fastidio hacia un borracho que no sabe lo que dice, pero... ¡Estudiantes de literatura! ¿¡Qué les pasa!? ¿No son los versos nacidos del mar los que ustedes analizan y estudian? ¿No son ustedes los que estudian y entienden esto? ¿Son ustedes hijos del mar o de un salón?... ¿Cómo perdieron el recuerdo del cálido y fraternal abrazo que brinda el mar?
La verdad que no lo sé. Solo soy un vago.

No me acuerdo que más se habló, solo se fueron perdiendo entre la multitud que bailaba bajo los láseres, el humo, la cerveza, la música… ¿Ahora sabes por qué vinieron? – Sí, ahora lo sabemos- le respondí a mi amigo. Le dije que él iba a ser el decano de esa universidad. Y espero que sea así… Esa es mi sentencia: el eco de su deseo.

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