viernes, 1 de junio de 2012

¿PORQUÉ LOS NIÑOS DEL ORFANATO NO SALEN EN LA NOCHE DE SU HABITACIÓN?


Mansú tenía pelo verde por todo su cuerpo que se mecía suavemente al ritmo de las brisas. Era grande como una montaña, era tan grande que con sus garras de color naranja alcanzaba a atrapar las nubes, las moldeaba, y se hacía sombreros que se los llevaba el viento; sus ojos eran dos óvalos enormes y tenía una cola larga como de dinosaurio. Tenía muchos amigos y cuando hacían fiesta de verano, juntos parecían una cordillera: saltaban, bailaban y gritaban. Todo parecía una catástrofe cuando ellos se alegraban.

Un día, Mansú estaba buscando una nube con la cual hacerse un sombrero de pirata, pero en vez de encontrarla, vio que en el cielo, como abriendo una cortina, se asomaba la cabeza de un niño. Pero no era la cabeza de un niño normal como los de su mundo, que son peludos y de colores como el azul, el verde, el rojo o el amarillo, todos con cola de dinosaurio y garras enormes, este niño solo tenía pelo en su cabezota y arriba de sus ojos, y era negro, cosa extraña, porque en su mundo la única que tenía ese color era la señora noche, que lucía un negro y hermoso vestido con pequeños puntos blancos que lo adornaban.

Mansú estaba sorprendido y asustado, así que se arrancó unos pelos, y con una semilla y mucha pericia, le fabricó un muñeco como lo hacían con sus hijos para que jugaran y se despreocuparan por las tormentas venideras. Mansú, parándose sobre las puntitas de sus patas le ofreció el regalo al niño sonriente que lo recibió con un brazo tan largo que parecía un tentáculo monstruoso de color rosado.

El niño que tenía brazos como tentáculos se llamaba León y era un niño humano. Era tan grande que podía sostener a Mansú sobre la palma de su mano. Mansú era enorme en su mundo, pero el niño era diez veces más grande, ni siquiera cabía por el cielo del mundo de Mansú, que se sentía orgulloso pues, había conocido a un monstruo.
 Pero no era malo, lo sabía porque no le jaló las orejas peludas, además, le contó que él vivía en un mundo muy parecido al de él, solo que los habitantes eran humanos, o sea, monstruos como él: tenían solo pelo en la cabeza y por eso se ponían ropa, ya que no lo tenían por todo su cuerpo para protegerse del frío. Para Mansú, la cueva en la que vivía León, a la que llamaba habitación, era una gran novedad. En vez de tener piedras frías y duras para dormir, tenía una cosa horriblemente blanda y caliente que se llamaba cama; al lado  una caja cuadrada de madera en donde reposaba una rama de árbol que sostenía una gota de agua gigante donde estaba atrapada una luciérnaga que brindaba luz, a esta le llamaba lámpara; Leon la usaba para poder ver bien a Mansú en las noches. Mansú escuchaba y hacia caras extrañas para poder entender lo que decía león.
 
León le contó que siempre había querido un amigo como él.

Al final de la noche, después de tanto jugar, compartir historias y costumbres,  Mansú cansado se despidió de León y saltó por el cielo de su mundo, que era nada más y nada menos que el libro favorito de León, ése que leía todas las noches para sentirse acompañado. Ése libro mágico que a cada niño del orfanato le habían regalado.
                         http://fotos.diariosur.es/200907/sombra-640x640x80-2.jpg
                         Montañas Bojacá, Cundinamarca, Colombia. Alonso Garcia Matallana

2 comentarios:

  1. que lindo! yo tengo uno parecido, y es este blog ♥

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  2. ¡Genial!
    Me encanta el tono épico (épico no es la palabra igual, creo que es fábula o metáfora o algo así) que les das a tus relatos sin que dejen de sonar puros e inocentes.
    Recuerdo la foto de la montaña, me la mostraste. Creo que era esa, no soy muy bueno diferenciando montañas. Ésa me hace acordar a las montañas de Salta en febrero... tenés que conocer esa provincia! Pero no en febrero, porque no deja de llover.
    De nuevo, me gustó mucho el relato, como el de la Loca Mirna ;) esos finales son muy tuyos. Un abrazo!

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