lunes, 30 de abril de 2012

LA LOCA MIRNA, LE DECÍAN.


-¡No más! – dijo Mirna arrojando al suelo la taza de café que esta vez no le había dejado un sabor agradable en su paladar de mujer fina. Salió de la cafetería Rinns, la más elegante de la ciudad. Aquí tomaban café las personalidades más importantes del país, como: actores, empresarios exitosos e incluso los hijos del presidente. Pero este costoso café no había dejado satisfecha a la refinada mujer.

- ¡Cómo se atreven! ¡cómo se atreven a servirme algo tan desagradable y de mal gusto!- dijo refunfuñando mientras conducía su lujoso automóvil.

- ¿A caso creen que soy una cerda?- gritó golpeando el manubrio.

Mirna era una mujer recatada, decente y de buen gusto. Tenía dinero y era exitosa en los negocios. Calzaba botas de tacón de cuero fino y solo visitaba boutiques selectas de la ciudad en busca de las más delicadas prendas femeninas.

El camino era largo hasta su apartamento. Sentía que los pies se le iban a reventar, así que decidió detenerse para quitarse las botas. Mientras se soltaba las hebillas, sintió como llegaba a su fino sentido del olfato un aroma exquisito.

-Es diferente a ese repulsivo y amargo café – pensó

Se bajó del automóvil y empezó a olfatear. Siguiendo el camino que dejaba aquel delicioso aroma, se imaginaba que en la meta se encontraría un genio esperándola para darle una exquisita comida, esa comida que tanto había deseado todo el día.

 Siguió extasiada el camino aromático y se arrojó a comerse aquello que el genio le había preparado, era tal el frenesí que ni se percató en donde se encontraba, ni que era la delicia que comía.

 Saboreando el último bocado con rostro de bienestar, pensaba con los ojos cerrados en que había sido tan pero tan agradable, tan sublime… sentía como el plácido alimento recorría todo su ser. Poco a poco la invadió ese sueño que da cuando se está satisfecho.

 ¡Chíte, chíte, largo de aquí!

 Mirna despertó y vio que venía un hombre con atuendo de cocinero; llevaba una olla en sus manos que dejó en el suelo y se dirigió en son de ayuda hacia donde la dama que estaba tendida como una hermosa sirena, o eso era lo que ella creía.

 -Debe ser el gran cocinero que hizo esta deliciosa comida- pensó mientras miraba encantada al hombre que había robado su corazón y estomago.

 El cocinero llegó hasta donde la enamorada y levantó su pié como quien va a patear un balón, pero esta vez el balón había sido Mirna que no entendía lo que pasaba. Adolorida miró a su alrededor y se dio cuenta que estaba en un callejón sucio, y lo único que lo adornaba era un bote de basura que estaba a su lado. Sorprendida quedó cuando se dio cuenta que estaba vacío.

-¡Largo de aquí!- gritaba el hombre levantando su puño derecho.

Mirna asustada salió corriendo, no entendía que pasaba hasta que oyó las últimas palabras del cocinero.

 -¡Largo de aquí, te has tragado todo, cerda mugrienta!

En la siguiente esquina se ocultó. Agitada, apoyó sus manos en sus rodillas y se reconoció de nuevo.

 -Debe ser ese demonio que me posee - dijo mientras su mirada se perdía entre los recuerdos nebulosos.

La exclusiva cafetería Rinns, era donde cada tarde la amable señora Gloria le regalaban un café. Decía:

-Toma, querida, para el frío.- gran sorpresa se llevó cuando Mirna arrojó el café al suelo.

Su lujoso auto tan solo era una carreta halada por una vieja burra que se ganaba puñetazos en los momentos de ira de su ama. Su exitoso negocio, era el reciclaje, cartones que también servían de cama y los periódicos, que servían como cobijas para las noches frías. Las boutiques que visitaba, eran los patios de las casas donde tomaba prestada la ropa mientras las dueñas, desprevenidas, cocinaban. Y el camino hacia su apartamento era largo, ya que nunca lo había tenido.

Mirna volvió en sí, ya había despejado su mente como todas las noches. Miró hacia el callejón y vio a un anciano sucio sentado en la acera frotando sus manos en busca de calor. Se sentó al lado de él y le dijo:

- Soñé que me había convertido en una cerdita muy elegante; tenía unas pezuñas muy bien pulidas, mi señor - le dijo al anciano sonriente, este le paso el brazo por encima y la abrazó.  La noche era fría. -Lucía unas pestañas que resaltaban mis ojos - continuo Mirna- y una nariz que todos envidiaban mientras caminaba por la plaza.

FIN

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