viernes, 19 de agosto de 2011

Gustav

Seguí la linea recta; era de un centímetro de ancha; no dejaba de mirarla; cada paso iba acompañado de una palabra y yo era la pluma de escribir.
Así empecé a recorrer el mundo, reglón por reglón; estaba escribiendo el libro más largo, el libro de mi vida.Cada momento es un capitulo, pero hoy saltare al décimo: ese sucedió en Praga: ciudad de cuantos de hadas y de ocultismo.
Había llegado allí porque unas noches antes, exactamente el nueve de mayo una amiga de antaño me envió un mensaje onírico: "ve y busca a un maestro".
Hoy once de mayo, he llegado a la ciudad, ciudad de caballeros inmortalizados que pareciera que en cualquier momento fueran a salir de las pinturas a cabalgar por las nubes.
Seguí mi camino, ¿un maestro?; quería escribir una historia, tendría que ser un maestro de escritura, pensé.
El camino me llevo a una gótica casa protegida por ángeles con lanzas y caras de demonios con enormes colmillos y lengua estirada hasta la barbilla. Dos manos enormes eran la cerradura, toque la enorme puerta y esta se abrió.
Caminé  sobre una alfombra, estaba rodeado de columnas adornadas con rosales en cobre. Al final del salón, rodeado de candelabros ramificados con grandes velones blancos, se encontraba un hombre calvo que meditaba envuelto en su túnica roja que se esparcía por el suelo.
- Vengo buscando un maestro que me enseñe a escribir.
- Sigue y arrodíllate.
En medio de los dos se encontraba una casa de arena blanca y un palo delgado.
- Díme, ¿que te hace pensar que soy un maestro de escritura?
- Tus manos y esta caja de arena.
- Y... ¿que quieres escribir?
- La historia de mi vida, maestro.
-Y, ¿para que?
Me seguía preguntando sin abrir sus ojos.
- Para que nunca me olviden.
- Escribe tu nombre.
Tome el palo y en la caja de arena lo escribí:
GUSTAV
- Gusto en conocerte Gustav- Dijo abriendo por fin sus ojos.
Cuando deje el palo en su puesto, el maestro estiro su pié y derramo toda la arena en el suelo.
- Ahora escribe tu nombre.
De nuevo tome el palo que ya no estaba en su sitio y sobre la arena esparcida, escribí:
GUSTA
No había sitio en la arena para terminar de escribir el nombre.
- Gusto en conocerte Gusta. - Esta ves sopló tan fuerte que toda la arena se disperso y desapareció a la vista.
- Todo se transforma: !ya no soy un maestro de escritura, no tengo caja ni arena donde escribir!
- Pero aun tienes manos, maestro.
El maestro se puso en pie y su túnica se cayó, quedo totalmente desnudo y los brazos no existían en su huesudo cuerpo.
- !Ahora no tengo arena donde escribir, ni brazos con que!.
Cuando dijo esto el maestro, las columnas empezaron a agrietarse y a caer escombros del techo.
- Ya no podrás escribir la historia de tu vida, ni hacer que la gente te recuerde, por que hoy sin arena donde escribir y sin manos para escribir...  !pongo punto final tu historia y a la mía!.
Todo se vino abajo.
Todo se vino abajo, pero el maestro se equivocó. Entre los escombros, lleno de polvo salí; y el punto final, solo fue un punto aparte, donde después de veinte reglones inició el capitulo once.
Luego entendí que un punto aparte puede ser catastrófico.

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